En un lugar lejano vivía una vez un joven llamado Karunya, que después de estudiar seriamente las escrituras y descubrir su profundo y desconcertante significado, perdió todo interés por la vida. Al advertir aquella insólita apatía, su padre. Agniveshya, le preguntó por qué descuidaba tan lamentablemente sus deberes cotidianos. El joven Karunya le respondió:
¿No declaran por un lado las escrituras que uno debe cumplir con sus obligaciones hasta el fin de su vida, y por otro, que la inmortalidad sólo puede conseguirse por el abandono total de la acción y por tanto de todas nuestras obligaciones? ¿Qué debo hacer, padre, bloqueado y perplejo entre dos doctrinas tan contradictorias?
Sin más aclaraciones, el joven quedó en silencio. Su padre, preocupado por aquella sorprendente confusión, le dijo:
Escucha una antigua leyenda que voy a contarte, hijo mío. Reflexiona seriamente sobre ella y después puedes hacer lo que te plazca:
¿No declaran por un lado las escrituras que uno debe cumplir con sus obligaciones hasta el fin de su vida, y por otro, que la inmortalidad sólo puede conseguirse por el abandono total de la acción y por tanto de todas nuestras obligaciones? ¿Qué debo hacer, padre, bloqueado y perplejo entre dos doctrinas tan contradictorias?
Sin más aclaraciones, el joven quedó en silencio. Su padre, preocupado por aquella sorprendente confusión, le dijo:
Escucha una antigua leyenda que voy a contarte, hijo mío. Reflexiona seriamente sobre ella y después puedes hacer lo que te plazca: